lunes, 7 de febrero de 2011

Ássassins del Santo Sepulcro 07/02/2011

Las cargas de nuestra caballería habían sido rechazadas, una tras otra, por los arqueros cristianos. Ni siquiera bajo el mando de nuestros mas brillantes capitanes, pudimos superar sus defensas, que se beneficiaban de encontrarse en un terreno elevado. El ocaso se aproximaba, las sombras comenzaban a apoderarse del campo de batalla, pero esta aún no se había resuelto.
Apenas quedaba tiempo para un último ataque. Nuestros arqueros se situaron al pie de la colina y comenzaron a lanzar sus flechas sin descanso, obligando a los cristianos a protegerse tras sus defensas y sin darles la posibilidad de contrarrestar nuestro ataque. A la vez, nuestra caballería, una vez mas, comenzó a subir con gran esfuerzo, pero esta vez por ambos flancos. Justo antes de entrar en contacto con las primeras líneas de defensa cristianas, nuestros arqueros dejaron de disparar. Cuando los defensores cristianos se levantaban para responder a nuestro ataque, se encontraron con nuestra caballería a pocos metros de ellos.
El pánico cundió entre el ejército cristiano y comenzaron a correr ladera arriba, perseguidos por nuestra caballería. Cuando las tropas cristianas de la retaguardia contemplaron como sus compañeros, en su huída, se abalanzaban sobre ellos, dudaron apenas un minuto. Ese tiempo fue todo el que necesitó nuestra caballería para entrar en contacto con ellos. La confusión fue tremenda. Apenas podíamos distinguir a los amigos de los enemigos.
La luna apareció dominando el oscuro cielo. Esa media luna, símbolo de nuestra orden, nos daba la bienvenida a una nueva batalla épica y heroica. Ya de nada servían tácticas ni engaños, habíamos entrado en el cuerpo a cuerpo. Los sables y las espadas se alzaban sobre las cabezas de los guerreros para caer, con toda la fuerza posible, sobre el enemigo. Algunos acertaban a parar el golpe con sus escudos, e incluso a esquivarlo. Otros no tenían tanta suerte y veían como la afilada hoja traspasaba su armadura, solo un instante antes de perder la vida.
Todos luchaban con denuedo, sin distinción, tanto los guerreros expertos y curtidos en mil batallas como los recién llegados a este mundo de continuas guerras, tanto sarracenos como paganos, como algún que otro cristiano. Todos, amigos, aliados, mercenarios, todos ellos se lanzaban sin titubeos contra el oponente, sin ningún temor a perder la vida en el combate.
Poco a poco, los gritos de la lucha se convirtieron en gritos de dolor, gritos de súplica, de terror, que lanzaban los cientos de heridos que yacían sobre el suelo, al ver como se les escapaba la vida por sus heridas. Solo quedaban en pie poco mas de media centena de guerreros, por suerte para nosotros, todos ellos de nuestro bando. Con el cuerpo ensangrentado, los rostros reflejando el cansancio del combate, y las armas envainadas, nos dedicamos a saquear el campamento enemigo. La paz volvió a hacerse dueña del lugar. Los rayos de la media luna iluminaron los restos del campamento cristiano, mientras los supervivientes emprendían el regreso a nuestra fortaleza, llevando consigo el botín y los heridos y dejando atrás solo muerte y desolación.
Nuestra victoria supondría paso más en la liberación de nuestra tierra, un paso más para convertirla en un lugar de convivencia y de fraternidad.

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