
Con el mayor sigilo posible nos fuimos acercando al campamento enemigo. Habíamos dividido nuestras tropas para atacar, a la vez, por dos lugares diferentes. A un lado se encontraban nuestros aliados y los mercenarios contratados para la batalla, al otro, La Guardia de la Media Luna con los voluntarios y amigos.
Afortunadamente las nubes que cubrían el cielo tendían un manto de oscuridad sobre el lugar, caminábamos despacio entre las sombras. Cada guerrero con una de sus manos sobre el hombro del que tenia delante, a fin de no chocar entre ellos y permanecer unidos.
Nuestros exploradores habían dado buena cuenta de los vigilantes del campamento, pero aún así seguía existiendo el peligro de que nos descubriesen. Junto a las hogueras encendidas por todo lo largo y ancho del campamento podíamos ver figuras de guerreros sentados hablando, comiendo y bebiendo y uno que otro centinela más pendiente de lo que hacían sus compañeros, que de su labor dentro del campamento.
Todos los Jefes Militares y Maestros de Ordenes dieron la orden de parar el avance. Con calma, para no hacer sonar nuestras armas ni escudos, todos nos agachamos, habíamos llegado al lugar elegido, ahora solo restaba esperar el momento señalado.
Poco tiempo después lo vimos, era espectacular, desde el lugar donde se encontraban apostados nuestros aliados y los mercenarios nació una lluvia de flechas, con sus puntas incendiadas, estas se alzaron en el cielo como estrellas que caen por la noches y arremetieron como rayos sobre las tiendas cristianas, alcanzando también a algunos de los guerreros que aún no habían marchado a descansar.
Pronto el fuego comenzó a extenderse por las tiendas, los guerreros corrían hacia sus armas y escudos mientras gritaban alarmando al campamento. Era la señal convenida.
Como impulsados por un resorte todos nos levantamos y cargamos a la carrera sobre el campamento. Éramos un torrente, un huracán, un ciclón, una furia a la que ningún ejército cristiano podría oponerse, estábamos siendo el terror de los cristianos, cada día nuestras tácticas mejoraban. Velozmente nos fuimos repartiendo por el campamento, hasta cubrirlo por completo, nos habíamos convertido en una plaga, aparecíamos por todos lados.
El campamento era un caos, el olor a carne quemada llegaba hasta nuestras fosas nasales , pero en el fragor de la batalla nada de eso nos importaba, luego podríamos poner bajo nuestra nariz trozos de lino untados con perfumes y aceites. Algunos intentaron defenderse, otros encontraron la muerte en la tienda, sin tiempo a levantarse del lecho, ya fuera atravesados por las flechas ardientes o siendo consumidos por las llamas, no tenían escapatoria, todo estaba rodeado. Los que intentaban huir en dirección opuesta encontraban la muerte a manos de nuestros aliados, cada flanco del campamento estaba custodiado y eso no hizo gritar con fuerza.-
¡¡¡ Viva La Guardia De La Media Luna.- nuestro grito terminó de acabar con la defensa cristiana, el grito era entonado con tanta pasión y fuerza que las fuerzas flaqueaban y una nueva victoria enlistaba las filas de la orden, gracias al apoyo fiel de aliados, amigos y mercenarios…..
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