sábado, 26 de febrero de 2011

Reyno de Galicia 26.02.2011 14:31

Aquellos hombres y mujeres eran extraños en nuestra tierra. Habíamos oído historias que hablaban de su procedencia, de un lugar verde, de enormes bosques, de grandes y caudalosos ríos. Aquel lugar era totalmente distinto al desierto en el que nosotros vivíamos. Hablaban de lluvias casi permanentes, de animales que comían hierba fresca de los cuales obtenían pieles y alimentos, al igual que nosotros de los camellos y caballos. Decían venir de una estirpe de valerosos guerreros llamados celtas.

Y ahora se encontraban allí, frente a nosotros, con sus banderas blancas cruzadas por una franja azul del color del cielo. Allí, al alcance de nuestros arqueros, al alcance de una carga de caballería.

Algunos vestían largas cotas de malla que les llegaban casi hasta los pies, otros solo se protegían por armaduras hechas de pieles curtidas. Tenían un aspecto fiero y amenazador, pero no mas que el que tenían nuestros guerreros y guerreras, ataviados con cotas de cuero curtido, grandes sables con filo a ambos lados de la hoja, con dagas por si la espada fallaba.

A una orden de nuestros jefes militares, nuestros arqueros a pie lanzaron una lluvia de flechas contra ellos que oscureció el cielo y que dejó muertos y/o malheridos a un buen número. Luego de nuestros arqueros a pie que habían sido relegados al final de nuestra avanzada, lanzamos nuestros arqueros montados, el ataque fue frontal. El golpe fue salvaje, puesto que no dejaron de disparar sus flechas según nos acercábamos al enemigo.

Justo en el momento en que nuestros arqueros montados iban a entablar combate cuerpo a cuerpo con los guerreros cristianos, el frente se abrió hacia los flancos. Solo entonces los cristianos pudieron ver a nuestra temida infantería que, armada con lanzas y espadas, había seguido a nuestros caballeros a todo galope, lanzando gritos amenazadores que helaban la sangre en las venas de aquellos cristianos que los oían por primera vez.

Uno tras otro fueron cayendo, tanto enemigos como amigos y aliados. Sus cuerpos sin vida, atravesados por la muerte, caían al suelo en extrañas posturas, como muñecos de trapo que eran dejados por los niños cuando encontraban otra fuente de diversión. La sangre saliendo de sus heridas a borbotones, manchando espadas y armaduras, tiñendo la tierra del desierto que en silencio clamaba por su tributo….

2 comentarios:

Kerish dijo...

Pobres de la Galicia, del camino de Santiago al camino de la muerte...
Tendrían que cuidarse de Ainfean ;P

Auro dijo...

Kerish, mas les vale cuidarse de Selene!!!! Que Ain es un amor de chica :D